Cuenta la mitología griega que
cuando Teseo cumplió dieciséis años su madre le confió el secreto de su
verdadera paternidad. Etra le reveló que en realidad era hijo de Egeo, rey de
Atenas, y que su padre había dejado unos regalos para él escondidos bajo una
pesada roca, de forma que solo pudiera recogerlos cuando fuera lo suficientemente
fuerte como para levantarla. El joven Teseo, tras recoger los presentes que su
padre consideraba necesitaría para su viaje (unas sandalias y una espada),
inicia el peligroso camino desde su ciudad natal de Trecén hasta Atenas para
conocer a su padre y reclamar su derecho al trono.
Este camino se convierte en un
viaje iniciático para el joven Teseo quien deberá enfrentarse en solitario a
decenas de salteadores y asesinos durante su camino, a cada cual más despiadado
y sanguinario. Uno de los últimos personajes con los que se encuentra en su
camino es con el viejo Procustes.
Procustes disponía de una casa en
las colinas cerca de Atenas, y de manera amable acostumbraba a ofrecer posada a
todos los viajeros que se encontraban a las puertas de la ciudad, agotados tras
el largo viaje. Tras la reparadora cena, Procustes ofrecía al viajero una cama
de hierro en la que poder pasar la noche. Sin embargo, en mitad de la noche,
mientras el viajero dormía, el sádico Procustes ataba al desgraciado a su cama.
Si el viajero era más alto que la medida de la cama, Procustes procedía a
serrar las partes del cuerpo que sobresalían. Si, por el contrario era de menor
longitud, se dedicaba a quebrarle los huesos a martillazos para posteriormente
estirar su cuerpo, de forma que de una u otra manera, el desdichado acabara
teniendo la medida exacta de su metálica cama. Algunas versiones recogen que el
despiadado Procustes tenía en realidad dos camas, por lo que nunca nadie
encajaba a la perfección en ella. Finalmente fue Teseo quien dio de probar a
Procustes de su propia medicina cuando, tras engañarlo, acabó con su vida
atándolo en aquella misma cama.
Procustes sufría una enfermiza
obsesión a “ajustar” todo a una medida establecida y, además, se enorgullecía
de tener un método rápido para conseguirlo. Todos los viajeros que tenían la
mala fortuna de aceptar su invitación acababan destrozados.
Salvando lo “salvaje” de la
comparación, a menudo, el sistema educativo actúa de forma parecida. Los
alumnos son amablemente hospedados en sus aulas para, acto seguido, proceder a
su evaluación y comparación con las medidas oficiales, escrupulosamente
descritas en forma de objetivos curriculares, para a continuación determinar si
es necesario amputar o estirar.
El sistema educativo abusa de la
comparación constante entre el alumno y la norma, prescindiendo en muchas
ocasiones de la más importante de las comparaciones, la del alumno consigo
mismo. Comparar el ritmo de aprendizaje de un alumno con el resultado esperado,
normalizado, acaba pervirtiendo el proceso de enseñanza-aprendizaje de manera
casi tan cruel como los métodos utilizados por el “hospitalario” Procustes. En
primer lugar porque no se tienen en consideración suficiente los diferentes
ritmos madurativos de cada niño y, en segundo lugar, porque esa medición no
atiende por igual a todos los aspectos del desarrollo.
Los niños son invitados a
acostarse en una cama que los medirá, comparará, evaluará y juzgará. Si el niño
tiene la fortuna de ajustarse a la normalidad, la cama será benevolente con él
y dejará que tenga felices sueños. Sin embargo, si sus medidas, bien por
defecto o por exceso no coinciden con las propuestas, esta se convertirá en la
cama de clavos del faquir haciéndoles sufrir dolores y pesadillas.
Los niños no deben ser evaluados y
etiquetados, sino observados y comprendidos. No basta con disponer de
camas de varios tamaños, que siempre es un primer paso, sino que lo ideal sería
que cada niño dispusiera de las herramientas para poder construir aquella cama
en la que se encuentre más cómodo. Mientras esto llega cuesta poco preguntar a
los niños que tal han dormido, porque a veces nos creemos tan “inteligentes”
que no necesitamos ni preguntar.
¡FELIZ REFLEXIÓN!
La Mariposa y el Elefante.
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