domingo, 28 de febrero de 2016

De vocación... Maestro

Esta historia demuestra que en el oficio de maestro (como en cualquier otro en realidad) lo más importante no son los conocimientos o habilidades que se tengan, sino la actitud con la que uno afronta cada día su trabajo.
Esta historia está dedicada a todos esos maestros, a todos esos profesionales en general, que se esfuerzan por dar lo mejor de sí mismos en su trabajo. A todos ellos gracias por creer que un mundo mejor es posible y, sobre todo, por intentar lograrlo. Para todos esos maestros “de alma”, de vocación, que, a pesar de la que está cayendo, se esfuerzan cada día por cumplir su compromiso con sus alumnos, sin excusarse en falta de medios o en la falta de una política valiente y consensuada para la formación. Es la hora de los valientes…
Hace años, un inspector visitó una escuela de primaria. En su recorrido observó algo que le llamó poderosamente la atención, una maestra estaba atrincherada detrás de su escritorio, los alumnos hacían gran desorden; el cuadro era caótico.
Decidió presentarse: - Permiso, soy el inspector de turno...¿algún problema?
- Estoy abrumada señor, no se que hacer con estos chicos... No tengo láminas, el Ministerio no me manda material didáctico, no tengo nada nuevo que mostrarles ni que decirles...
El inspector, que era un docente de alma, vio un corcho en el desordenado escritorio. Lo tomó y con aplomo se dirigió a los chicos preguntando: - ¿Qué es esto?
- Un corcho señor... -gritaron los alumnos sorprendidos.
- Bien, ¿De dónde sale el corcho?
- De la botella señor. Lo coloca una máquina.., del alcornoque, de un árbol .... de la madera..., - respondían animosos los niños.
- ¿Y qué se puede hacer con madera?, -continuaba entusiasta el inspector.
- Sillas..., una mesa..., un barco...
- Bien, tenemos un barco. ¿Quién lo dibuja? ¿Quién hace un mapa en la pizarra y coloca el puerto más cercano para nuestro barquito? Escriban a que provincia pertenece. ¿Y cuál es el otro puerto mas cercano? ¿A que país corresponde? ¿Que poeta conocen que nació allí? ¿Qué produce esta región? ¿Alguien recuerda una canción de este lugar? - Y comenzó una tarea de geografía, de historia, de música, economía, literatura, religión, etc.
La maestra quedó impresionada. Al terminar la clase le dijo conmovida:- Señor, nunca olvidaré lo que me enseñó hoy. Muchas Gracias.
Pasó el tiempo. El inspector volvió a la escuela y buscó a la maestra. Estaba acurrucada atrás de su escritorio, los alumnos otra vez en total desorden...
- Señorita...¿Qué pasó? ¿No se acuerda de mí?
- Si señor, ¡cómo olvidarme! Que suerte que regreso. No encuentro el corcho. ¿Dónde lo dejó?


¡FELIZ REFLEXIÓN!


La Mariposa y el Elefante.

lunes, 22 de febrero de 2016

Imagina que eres una semilia

Hay una escena en la película Bichos, de Pixar, que representa a la perfección la esencia del proceso formativo. Cuantas más veces la veo, más me siento identificado con el impetuoso Flick. La secuencia a la que me refiero pasa al principio de la acción y muestra una conversación entre Flick, la hormiga protagonista, y la pequeña Dot, la hija pequeña de la reina.
Ambas hormigas están discutiendo sobre sus mutuas limitaciones; Flick porque todo lo que intenta acaba en desastre, y Dot lamentándose porque es pequeña y no puede volar. En ese momento Flick intenta hacerle ver a Dot que ser pequeña no es tan malo. Flick intenta convencer a su pequeña alumna que ella es como una semilla, que con un poco de tiempo y esfuerzo acabará convirtiéndose en un poderoso árbol.
Este es el mensaje principal de la formación: ayudar a los alumnos a que descubran todo el potencial que atesoran dentro, todo lo que pueden llegar a ser a poco que se lo propongan. ¡Esto es educar! Ayudar al alumno a levantar la vista de sus limitaciones para poner la mirada en sus potencialidades. Nuestros alumnos son como semillas, rebosantes de posibilidades, que necesitan encontrar el terreno fértil en el que crecer. Y esa es nuestra labor como padres o maestros, ofrecerles nuestro apoyo incondicional para que puedan ser. Desmontar los “no puedos” y substituirlos por “¿qué pierdes por intentarlo?”
Flick busca una semilla para que le sirva de ejemplo, pero al no encontrarla recurre a una piedra. Entonces le dice: “Imagina que es una semilla”. A veces nos quejamos de falta de medios, de no disponer de todos los recursos que nos gustaría para poder trabajar con nuestros alumnos, y no nos damos cuenta que tenemos al alcance de la mano el recurso inagotable de la imaginación. “Imagina que…”, son palabras mágicas que predisponen a la acción, que activan la actitud de cambio. Visualizar nuestra meta, nuestro objetivo, en forma de poderoso árbol, nos da el empuje y la motivación necesarios para iniciar el camino.
Flick se deja llevar por la emoción de su discurso, siente que está transmitiendo a la pequeña Dot un secreto importante, casi vital. Sabe, que de entenderlo, ese mensaje le cambiará la vida. Pero, justo en ese instante, la pequeña lo devuelve a la realidad. “Pero si es una piedra”- dice Dot, destruyendo la magia del momento. Atónito, el joven Flick estalla en gritos, ¿cómo es posible que no lo entienda? (¿Cuántas veces hemos experimentado esta sensación?)
Sin embargo el aprendizaje ha surtido efecto. La pequeña Dot ha recuperado la sonrisa y, lo que es más importante, el mensaje de Flick ha anidado en su interior. En otro momento de la película, cuando es Flick el que se encuentra hundido y se siente fracasado, la pequeña Dot, que ya puede volar, le muestra una piedra. Sobran las palabras, Flick comprende que la pequeña entendió su mensaje. Flick recupera el ánimo, recupera la confianza en sí mismo y en sus alocados proyectos. ¡Hay que intentarlo!
Esta es la magia de la formación: Ayudar a creer. Ayudar a ser, a tener confianza en sus potencialidades, a no dejarse vencer por el desánimo. Quizás no tengamos todos los medios a nuestro alcance, quizás nuestros alumnos no siempre se muestren receptivos o entiendan todo lo que les queremos decir, quizás no observemos resultados de inmediato, pero… esa es la magia, un día despertará en ellos toda la confianza y el empeño, todo ese cariño que sembramos. Y entonces, sin necesidad de imaginar, se sentirán semillas capaces de ser árboles poderosos.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

La Mariposa y el Elefante.

domingo, 21 de febrero de 2016

Receta para cambiar e innovar la educación peruana en el 2016

Si a un chef le sale mal una torta usando una determinada receta, repetir la receta no producirá una mejor torta. Tampoco el cambio del recipiente, horno, marcas de los insumos o subir el sueldo al chef. Mejorará si mejora la receta. 
Cabe la analogía con la educación peruana. El hecho de mejorar el contexto de la vida escolar, mejorando infraestructura, equipos, materiales, presupuestos, sueldos de los profesores, etc. no mejorará el aprendizaje de los escolares que ocurre dentro de la clase, a menos que se modifique el currículo y la pedagogía que vincula a profesores y alumnos para producir mayores aprendizajes.  
El Perú viene insistiendo con una receta heredada del siglo XIX que tuvo cierto éxito hasta mediados del siglo XX pero dejó de funcionar bien conforme se desarrollaban las nuevas concepciones psicopedagógicas y las tecnologías de la información, particularmente desde la universalización de internet y las telecomunicaciones inalámbricas. Profesores y alumnos no hablan el mismo lenguaje y usan códigos valorativos y de comunicación diferentes. Las realidades de la disolución familiar, la invasión de los multimedios y una vida política caracterizada por la informalidad, pérdida de principio de autoridad, legalidad, honestidad y justicia han creado un contexto en el que los alumnos tienen intereses, formas y ritmos de aprendizaje e interacción y capacidades muy distintas a las que los profesores de las generaciones anteriores tenían como referentes. 
Siendo así, la pregunta es ¿qué enfoques curriculares y pedagógicos son más pertinentes para estos tiempos? Hay dos posibilidades. Una, mirar lo que hacen otros y pretender “copiar” de ellos lo que parezca funcional (cosa que rara vez funciona porque son contextos y actores diferentes e irrepetibles). La otra, inventar en el Perú el currículo, metodologías de trabajo escolar y enfoques pedagógicos que den resultados para nuestro contexto.
Esa innovación no puede surgir de una definición que haga el ministerio. Tiene que surgir de las experiencias de aula que maestros innovadores generen en los diversos colegios del Perú. Para ello deben sentirse estimulados para innovar, de modo que todos puedan aprender unos de otros. Esa política de estímulo a la innovación  que convierta al Perú en un gran laboratorio de experiencias educativas innovadoras es lo que falta anunciar a los candidatos presidenciales.

León Trahtemberg.

viernes, 19 de febrero de 2016

Un cuento para despertar a los profesores

A todos los “profes”… ¡Feliz despertar!

Aquella mañana  la señorita Thompson fue consciente de que había mentido a sus alumnos. Les había dicho que ella les quería a todos por igual pero, acto seguido se había fijado en Teddy, sentado en la última fila, y se había dado cuenta de la falsedad de sus palabras.

La señorita Thompson había estado observando a Teddy el curso anterior y se había dado cuenta que no se relacionaba bien con sus compañeros y que tanto su ropa como él parecían necesitar un buen baño. Además el niño acostumbraba a comportarse de manera bastante desagradable con sus profesores. Llego un momento en que la señorita Thompson disfrutaba realmente corrigiendo los deberes de Teddy y llenando su cuaderno de grandes cruces rojas y bajas puntuaciones. Sin duda era lo que merecía por su dejadez y falta de esfuerzo.

En aquel colegio era obligatorio que cada maestro se encargara de revisar los expedientes de los alumnos al inicio de curso, sin embargo la señorita Thompson fue relegando el de Teddy hasta dejarlo para el final. Sin embargo al llegarle su turno, la profesora se encontró con una sorpresa. La profesora de primer curso había anotado en el expediente del chico: “Teddy es un chico brillante, de risa fácil. Hace sus trabajos pulcramente y tiene buenos modales. Es una delicia tenerle en clase.” Tras el desconcierto inicial, la señorita Thompson continúo leyendo las observaciones de los otros maestros. La profesora de segundo había anotado, “Teddy es un alumno excelente y muy apreciado por sus compañeros, pero tiene problemas en seguir el ritmo porque su madre está aquejada de una enfermedad terminal y su vida en casa no debe ser muy fácil.” Por su parte el maestro de tercero había añadido: “La muerte de su madre ha sido un duro golpe para él. Hace lo que puede pero su padre no parece tomar mucho interés, sin no se toman pronto cartas en el asunto, el ambiente de casa acabará afectándole irremediablemente.”. Su profesora de cuarto curso había anotado: “Teddy se muestra encerrado en sí mismo y no tiene interés por la escuela. No tiene demasiados amigos y, a veces, se duerme en clase.”

Avergonzada de sí misma, la señorita Thompson cerró el expediente del muchacho. Días después, por Navidad, aún se sintió peor cuando todos los niños le regalaron algunos detalles envueltos en brillantes papeles de colores. Teddy le llevó un paquete toscamente envuelto en una bolsa de la tienda de comestibles. En su interior había una pulsera a la que faltaban algunas piedras de plástico y una botella de perfume medio vacía. La señorita Thompson había abierto los regalos en presencia de la clase, y todos rieron mientras enseñaba los de Teddy. Sin embargo las risas se acallaron cuando la señorita Thompson decidió ponerse aquella pulsera alabando lo preciosa que le parecía, al tiempo que se ponía unas gotas de perfume en la muñeca. Teddy fue el último en salir aquel día y antes de irse se acercó a la señorita Thompson y le dijo: “Señorita, hoy huele usted como solía oler mi mamá.”

Aquel día la señorita Thompson quedó sola en la clase, llorando, por más de una hora. Aquel día decidió que dejaría de enseñar lectura escritura o cálculo. A partir de ahora se dedicaría a educar niños. Comenzó a prestar especial atención a Teddy y, a medida que iba trabajando con él, la mente del niño parecía volver a la vida. Cuánto más cariño le ofrecía ella, más deprisa aprendía él. Al final del curso, Teddy estaba ya entre los más destacados de la clase. Esos días, la señorita Thompson recordó su “mentira” de principio de curso. No era cierto que los “quisiera a todos por igual”. Teddy se había convertido en uno de sus alumnos preferidos.

Un año después la maestra encontró una nota que Teddy le había dejado por debajo de su puerta. En ella Teddy le decía que había sido la mejor maestra que había tenido nunca.

Pasaron seis años sin noticias de Teddy. La señorita Thompson cambió de colegio y de ciudad, hasta que un día recibió una carta de Teddy. Le escribía para contarle que había  finalizado la enseñanza superior y para decirle que, continuaba siendo la mejor maestra que había tenido en su vida.

Unos años más tarde recibió de nuevo una carta. El niño le contaba como, a pesar de las dificultades había seguido estudiando y que pronto se graduaría en la universidad con excelentes calificaciones. En aquella carta tampoco se había olvidado de recordarle que era la mejor maestra. Cuatro años después, en una nueva carta, Teddy relataba a la señorita Thompson como había decidido seguir estudiando un poco más tras licenciarse. Esta vez la carta la firmaba el doctor Theodore F. Stoddard, para la mejor maestra del mundo.

Aquella misma primavera, la señorita Thompson recibió una carta más. En ella Teddy le informaba del fallecimiento de su padre unos años atrás y de su próxima boda con la mujer de sus sueños. En ella le explicaba que nada le haría más feliz que ella ocupara el lugar de su madre en la ceremonia.

Por supuesto la señorita Thompson aceptó y acudió a la ceremonia con el brazalete de piedras falsas que Teddy le regalará en el colegio y, perfumada con el mismo perfume de su madre. Tras abrazarse, Teddy le susurró al oído: “Gracias, señorita Thompson, por haber creído en mí. Gracias por haberme hecho sentir importante, por haberme demostrado que podía cambiar.”

Visiblemente emocionada, la señorita Thompson le susurró: “Te equivocas, Teddy, fue al revés. Fuiste tú el que me enseñó que yo podía cambiar. Hasta que te conocí, yo no sabía lo que era enseñar.”

¡FELIZ REFLEXIÓN!

La Mariposa y el Elefante.


* Imagen: Monumento al maestro. Ayuntamiento de Palencia. Escultura de Rafael Cordero.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Acostar al niño en la cama de Procustes

Cuenta la mitología griega que cuando Teseo cumplió dieciséis años su madre le confió el secreto de su verdadera paternidad. Etra le reveló que en realidad era hijo de Egeo, rey de Atenas, y que su padre había dejado unos regalos para él escondidos bajo una pesada roca, de forma que solo pudiera recogerlos cuando fuera lo suficientemente fuerte como para levantarla. El joven Teseo, tras recoger los presentes que su padre consideraba necesitaría para su viaje (unas sandalias y una espada), inicia el peligroso camino desde su ciudad natal de Trecén hasta Atenas para conocer a su padre y reclamar su derecho al trono.

Este camino se convierte en un viaje iniciático para el joven Teseo quien deberá enfrentarse en solitario a decenas de salteadores y asesinos durante su camino, a cada cual más despiadado y sanguinario. Uno de los últimos personajes con los que se encuentra en su camino es con el viejo Procustes.

Procustes disponía de una casa en las colinas cerca de Atenas, y de manera amable acostumbraba a ofrecer posada a todos los viajeros que se encontraban a las puertas de la ciudad, agotados tras el largo viaje. Tras la reparadora cena, Procustes ofrecía al viajero una cama de hierro en la que poder pasar la noche. Sin embargo, en mitad de la noche, mientras el viajero dormía, el sádico Procustes ataba al desgraciado a su cama. Si el viajero era más alto que la medida de la cama, Procustes procedía a serrar las partes del cuerpo que sobresalían. Si, por el contrario era de menor longitud, se dedicaba a quebrarle los huesos a martillazos para posteriormente estirar su cuerpo, de forma que de una u otra manera, el desdichado acabara teniendo la medida exacta de su metálica cama. Algunas versiones recogen que el despiadado Procustes tenía en realidad dos camas, por lo que nunca nadie encajaba a la perfección en ella. Finalmente fue Teseo quien dio de probar a Procustes de su propia medicina cuando, tras engañarlo, acabó con su vida atándolo en aquella misma cama.

Procustes sufría una enfermiza obsesión a “ajustar” todo a una medida establecida y, además, se enorgullecía de tener un método rápido para conseguirlo. Todos los viajeros que tenían la mala fortuna de aceptar su invitación acababan destrozados.

Salvando lo “salvaje” de la comparación, a menudo, el sistema educativo actúa de forma parecida. Los alumnos son amablemente hospedados en sus aulas para, acto seguido, proceder a su evaluación y comparación con las medidas oficiales, escrupulosamente descritas en forma de objetivos curriculares, para a continuación determinar si es necesario amputar o estirar.

El sistema educativo abusa de la comparación constante entre el alumno y la norma, prescindiendo en muchas ocasiones de la más importante de las comparaciones, la del alumno consigo mismo. Comparar el ritmo de aprendizaje de un alumno con el resultado esperado, normalizado, acaba pervirtiendo el proceso de enseñanza-aprendizaje de manera casi tan cruel como los métodos utilizados por el “hospitalario” Procustes. En primer lugar porque no se tienen en consideración suficiente los diferentes ritmos madurativos de cada niño y, en segundo lugar, porque esa medición no atiende por igual a todos los aspectos del desarrollo.

Los niños son invitados a acostarse en una cama que los medirá, comparará, evaluará y juzgará. Si el niño tiene la fortuna de ajustarse a la normalidad, la cama será benevolente con él y dejará que tenga felices sueños. Sin embargo, si sus medidas, bien por defecto o por exceso no coinciden con las propuestas, esta se convertirá en la cama de clavos del faquir haciéndoles sufrir dolores y pesadillas.


Los niños no deben ser evaluados y etiquetados, sino observados y comprendidos.  No basta con disponer de camas de varios tamaños, que siempre es un primer paso, sino que lo ideal sería que cada niño dispusiera de las herramientas para poder construir aquella cama en la que se encuentre más cómodo. Mientras esto llega cuesta poco preguntar a los niños que tal han dormido, porque a veces nos creemos tan “inteligentes” que no necesitamos ni preguntar.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

La Mariposa y el Elefante.

lunes, 15 de febrero de 2016

Un cuento para reflexionar sobre la educación

Esta es una historia indispensable para reflexionar sobre la influencia que nuestras palabras y nuestros actos tienen sobre los alumnos. El cuento de Helen Buckley muestra como, de manera consciente o inconsciente, estamos transmitiendo algo más que conocimientos o habilidades en cada una de nuestras clases. No sólo lo que hacemos, sino también aquello que dejamos de hacer influye en la formación de nuestros alumnos. Muchas veces la verdadera formación habita entre los pliegues de los libros y libretas, en los tiempos muertos entre clases, en las conversaciones informales de pasillo, en el hecho de compartir un lápiz, en una mirada, en un gesto, en el tono de una respuesta. Muy a menudo la verdadera formación se nos escapa entre los dedos mientras intentamos atraparla en objetivos, normas, planes de estudio y asignaturas.

UN NIÑO.
Erase una vez un niño que acudía por primera vez a la escuela. El niño era muy pequeñito y la escuela muy grande. Pero cuando el pequeño descubrió que podía ir a su clase con sólo entrar por la puerta del frente, se sintió feliz.

Una mañana, estando el pequeño en la escuela, su maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno- pensó el niño, a él le gustaba mucho dibujar, él podía hacer muchas cosas: leones y tigres, gallinas y vacas, trenes y botes. Sacó su caja de colores y comenzó a dibujar.

Pero la maestra dijo: - Esperen, no es hora de empezar, y ella esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar flores. ¡Qué bueno! - pensó el niño, - me gusta mucho dibujar flores, y empezó a dibujar preciosas flores con sus colores.

Pero la maestra dijo: - Esperen, yo les enseñaré cómo, y dibujó una flor roja con un tallo verde. El pequeño miró la flor de la maestra y después miró la suya, a él le gustaba más su flor que la de la maestra, pero no dijo nada y comenzó a dibujar una flor roja con un tallo verde igual a la de su maestra.

Otro día cuando el pequeño niño entraba a su clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer algo con barro. ¡Qué bueno! pensó el niño, me gusta mucho el barro. Él podía hacer muchas cosas con el barro: serpientes y elefantes, ratones y muñecos, camiones y carros y comenzó a estirar su bola de barro.

Pero la maestra dijo: - Esperen, no es hora de comenzar y luego esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar un plato. ¡Qué bueno! pensó el niño. A mí me gusta mucho hacer platos y comenzó a construir platos de distintas formas y tamaños.

Pero la maestra dijo: -Esperen, yo les enseñaré cómo y ella les enseñó a todos cómo hacer un profundo plato. -Aquí tienen, dijo la maestra, ahora pueden comenzar. El pequeño niño miró el plato de la maestra y después miró el suyo. A él le gustaba más su plato, pero no dijo nada y comenzó a hacer uno igual al de su maestra.

Y muy pronto el pequeño niño aprendió a esperar y mirar, a hacer cosas iguales a las de su maestra y dejó de hacer cosas que surgían de sus propias ideas.

Ocurrió que un día, su familia, se mudó a otra casa y el pequeño comenzó a ir a otra escuela. En su primer día de clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno pensó el pequeño niño y esperó que la maestra le dijera qué hacer.

Pero la maestra no dijo nada, sólo caminaba dentro del salón. Cuando llegó hasta el pequeño niño ella dijo: ¿No quieres empezar tu dibujo? Sí, dijo el pequeño ¿qué vamos a hacer? No sé hasta que tú no lo hagas, dijo la maestra. ¿Y cómo lo hago? - preguntó. Como tú quieras contestó. ¿Y de cualquier color? De cualquier color dijo la maestra. Si todos hacemos el mismo dibujo y usamos los mismos colores, ¿cómo voy a saber cuál es cuál y quién lo hizo? Yo no sé, dijo el pequeño niño, y comenzó a dibujar una flor roja con el tallo verde.”

Helen Buckley

¡FELIZ REFLEXIÓN!

La Mariposa y el Elefante.

Educar desde el interior

Durante décadas los psicólogos se han visto enzarzados en una contumaz controversia entre el peso de la herencia y el ambiente en la conducta. Así, ambientalistas e innatistas, han defendido obstinadamente posturas antagónicas. Los psicólogos conductistas defendieron hasta el extremo la importancia de los factores ambientales, llegando al extremo de asegurar que a través del entrenamiento adecuado se podía obtener cualquier resultado deseado (sólo cabe recordar la famosa afirmación de Watson 1), prescindiendo de variables como el talento o la vocación.  Desde este punto de vista, la aplicación de las técnicas de modificación de conducta al sistema educativo (premios/castigos) permitía diseñar un patrón ideal de comportamiento al que todos los alumnos, con pequeñas variaciones, podrían ajustarse. Este sistema educativo, basado en el exhaustivo diseño y control de todos los elementos del curriculum, incluyendo por supuesto el metodológico, permite asignar a la educación la capacidad creadora propia del profesor Frankenstein.  La “educación productora” se desarrolló al amparo de la revolución industrial posibilitando cubrir el suministro de trabajadores medianamente cualificados a las empresas.  Si bien también es cierto que esta demanda posibilitó el nacimiento de sistemas educativos universales, dirigidos a la totalidad de la población.

Por contra, los innatistas defendían el determinismo genético, asegurando que de la misma manera que nuestra herencia determina nuestra altura o color de ojos, condiciona igualmente nuestra inteligencia o sociabilidad. Llevadas al extremo, estas teorías llegaron a demostrar la supremacía intelectual de unas razas sobre otras, defendiendo por tanto, la inutilidad de determinadas inversiones en colectivos “infradotados” genéticamente. Estos presupuestos aplicados a la educación servirían para defender propuestas basadas en la segregación y la atención diferenciada a los alumnos en función de variables como la raza o el sexo, ajustando así los objetivos a las expectativas previas. Esta “Educación sentenciadora” también dejó su impronta en varios modelos educativos.

Sin embargo, con el paso del tiempo, las posiciones han ido moderándose y al tiempo que las evidencias científicas demostraban el enorme peso de la herencia en las variables conductuales, aparecía el término de neuroplasticidad para atenuar su influencia y abrir nuevamente la puerta a los factores ambientales.  Las recientes aportaciones de la neurociencia suponen encontrar el necesario punto de encuentro y consenso entre ambas corrientes.  La herencia reparte las cartas pero es el ambiente el que decide las reglas del juego. Utilizando el mundo vegetal como ejemplo, la semilla sólo germina si encuentra las condiciones adecuadas para hacerlo.

Las recientes aportaciones van más allá al afirmar que el aspecto verdaderamente fundamental se encuentra en la interacción entre ambos aspectos. Así, lo realmente posibilitador es cómo el ambiente interactúa con la predisposición genética, llegando incluso a poder modificarla. Por ello hablamos de plasticidad cerebral.

Estas observaciones tienen una importancia capital para el campo educativo, pues descartan de manera contundente las teorías de “tabula rasa” en las que se compara al niño con una vasija vacía que hay que llenar de contenido. La neurociencia demuestra que los niños vienen con “equipamiento de serie”, con predisposiciones genéticas, con respuestas y preferencias programadas. Ello convierte a cada niño en un ser diferencial y único, y que consecuentemente necesitará de estímulos ambientales diferentes.

Un sistema educativo de “café para todos”, que ostente falsas pretensiones de universalidad y justicia al ofrecer a todos sus alumnos un curriculum común es, en realidad, una de las mayores afrentas posibles a la igualdad de oportunidades. Tratar a todos por igual supone ignorar la condición diferencial de cada individuo, dejar de atender sus talentos y necesidades.

Todos los niños vienen programados para el aprendizaje, esta es su principal herramienta para la supervivencia. El bebé nace con casi todo por aprender, necesita de la estimulación del entorno para desarrollar sus potencialidades. Privados de esa adecuada estimulación habrá capacidades que no llegarán a desarrollarse nunca. Es por ello que la educación debe ser sensible a estas necesidades y actuar en consecuencia, de lo contrario se hará realidad la triste sentencia atribuida a George Bernard Shaw, “Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela.”
  
¡FELIZ REFLEXIÓN!

La Mariposa y el Elefante.

1.- Dame una docena de niños sanos, bien formados, para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger —médico, abogado, artista, hombre de negocios e incluso mendigo o ladrón— prescindiendo de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados